Fotografía de Franca Franchi
ACTO QUINTO
Cuadro I
Cuadro I
Biblioteca. Ante un enorme mesón, Juan ordena papeles. Entra Isabel, llevando un tazón.
ISABEL, jugando a sorprender:- ¿Qué haces?
JUAN.- Ordeno papeles. Mira. ¡Son miles de notas desparramadas, escritas con una letra endemoniada! Tengo para toda la vida.
ISABEL.- Toma. Te traigo esto.
JUAN.- Huele bien.
ISABEL.- Me lo regaló la hermana cocinera.
JUAN.- No tengo mucho apetito.
ISABEL.- Lo dices para que lo tome yo, pero quiero que lo tomes tú.
JUAN.- Bueno, mitad y mitad. Oye, está buena.
ISABEL, sentándose en un ángulo de la mesa:- Podríamos pasear un poco por el huerto. Mira qué mañana tan hermosa.
JUAN.- Pero interrumpir mi trabajo...
ISABEL.- No necesitas hacerlo ahora mismo. El señor d´Ancy se fue, nadie te pide cuentas. Podrías dedicarme una mañana de sol y flores.
JUAN.- Corazón mío... Cada uno tiene su responsabilidad. Además, ya te mueves demasiado durante todo el día. Aprovecha para descansar.
ISABEL.- Ya descansaré. Yo preferiría que ahora hicieras algo conmigo, aunque sea algo tan sencillo como pasear.
JUAN.- Sabes que soy muy perezoso para eso.
ISABEL.- Claro, muy perezoso. Pausa.
JUAN.- Bueno, ¿qué pasa?
ISABEL.- Nada, nada.
JUAN.- Nada, no.
ISABEL.- No nos vemos en todo el día, por la noche una cena atragantada... Y ahora no quieres pasear conmigo. Pausa. Mira esto. Muestra las cartas.
JUAN.- ¿Qué son?
ISABEL.- Cartas. Me las dio el Padre Dufresne para que las lea.
JUAN.- ¿Por qué?
ISABEL.- Son hermosas. Quisiera que las leyeras tú. Juan las toma y ojea.
JUAN.- Letra de mujer.
ISABEL.- Fueron escritas por alguien que sufría.
JUAN.- ¿Quién?
ISABEL.- No sé; no me lo dijo, pero tampoco importa. Deben ser viejas. Pudieran ser de cualquier mujer que sufrió. Pudieran ser mías.
JUAN, angustiado:- No comprendo nada. ¿Por qué te las dio?
ISABEL.- Tampoco me lo dijo. Simplemente me las dio.
JUAN, leyendo al azar:- "¿Qué será de mí sin la verdad, sin la única verdad que tú eres? ¿La verdad que nos prohibimos? ¿No será todo aquí una mentira? ¿Y qué perfección tendrá mi alma mintiéndome a mí misma, mintiéndome ante el altar?"
ISABEL.- Es hermoso.
JUAN.- Cartas de amor, claro. Sigue leyendo por otra parte: "Todo es aquí zozobra y frío, día a día. Estas piedras, sin conciencia de soledad, están menos solitarias que yo. Todo el huerto está lleno del amor de los pájaros, y los campos se inundan con el amor de las criaturas. El mundo todo, menos esta Abadía, donde no importa el amor sino la indagación del sufrimiento. Amado recuerdo mío, tú, el perdurable, tú, la única palabra que todavía tiembla en mi boca. Tú, el único grito de mi pecho y de mi corazón. Soy insensible a las torturas y los cilicios, pues aquí solo tienen un cuerpo vacío. Mi alma va contigo, te acompaña noche y día, allí donde tú estés; es tu alma, bien lo sé, lo que anima este cuerpo yerto, que obedece mecánicamente las reglas; es tu dolor lo que me duele, amado". Pausa.
ISABEL.- Te quedas callado.
JUAN.- Sí, es hermoso.
ISABEL.- ¿Sólo eso?
JUAN.- ¿Y qué más?
ISABEL.- Mira, aquí. Las toma, busca una página:- "En el refectorio están pintadas las torturas del infierno. Mientras comemos una hermana lee el Agustinus. Yo dejo enfriar mi plato, siento náuseas. Si todo eso es verdad, ¿qué derecho tienen a retenerme, si tú eras mi destino? ¡Eras mi destino, y pudieron robármelo, en el nombre del Dios que predestina! Entonces, todo es falso. Todo es mentira. No puedo vivir sin tu verdad. Sé que moriré aquí, sola. Y tal vez tú nunca conozcas mi muerte, o alguien, algún día, te la cuente, un poco por casualidad, mientras hablas de otra cosa... Muchos años después. Mi muerte será que tú nunca llegues a conocer mi morir, y me olvides. O tal vez peor, que me recuerdes, en ocasiones dispersas, como un recuerdo del pasado... Eso sería terrible". Pausa. Y te callas.
JUAN, muy nervioso:- No sé qué decir.
ISABEL.- Te parecen tonterías, seguramente. Pausa. Está bien, te dejo con tus papeles importantes.
JUAN.- Pero Isabel...
ISABEL.- No te preocupa el tiempo, no te importa. Tal vez no quieres pensar en eso, seguramente.
JUAN, cada vez más tenso:- Pero, querida mía, nadie va a morir, que yo sepa. Démonos tiempo, entonces.
ISABEL.- Claro, nadie morirá. ¿Quién piensa en eso?