domingo, 15 de junio de 2008

Mayo berlinés

CRÓNICA DE UNA PRIMAVERA TEATRAL
((30 de abril-10 de mayo de 2008))
a Barbara Ehnes

The Ruby Town Oracle, puesto fronterizo

The Ruby Town Oracle, a dos cigarrillos la foto


Berlín es una suerte de Meca o Jerusalén para los amantes del teatro, para quienes lo hacen y para quienes lo hacen parte de su vida como espectadores. Según cifras de Barbara Burckhardt, editora de la prestigiosa revista Theater Heute (Teatro hoy), en el conjunto de países cuya lengua oficial es el alemán (Suiza, Austria y Alemania), hay más teatros que en cualquier otro lugar del mundo. Sólo en Alemanía hay 150 teatros públicos o “Stadttheater”, financiados con fondos estadales y municipales, con elencos estables y una planta fija de técnicos, directores, creativos y dramaturgistas; 280 teatros privados, alrededor de 150 teatros que funcionan con elencos invitados, y más de 40 festivales anuales. Alrededor de 4.000 nuevas producciones se ofrecen al público cada año, más las obras que los "Stadttheater" mantienen en repertorio. El Estado alemán invierte aproximadamente 2 billones de euros al año en estos teatros, y se calcula que unos 35 millones de espectadores disfrutan anualmente de unas 110.000 funciones. Todo esto, sumado a una tradición muy arraigada, el apoyo decidido a la experimentación, y un público devoto y respetuoso de sus artistas, hacen de Alemania una sagrada, variadísima y perpetua orgía teatral.

Una tempestad
Este año, el Theatertreffen, uno de los festivales celebrados en Berlín anualmente, y que reúne en la capital alemana lo que según el criterio de un jurado especializado fueron los diez mejores espectáculos en lengua alemana durante los pasados doce meses, inauguró su edición con una sorprendente versión de la última obra que escribió Shakespeare. Stefan Pucher, su director, inicia el espectáculo con una precisa evocación de las películas de serie B estadounidenses, subrayando el carácter artificioso y espectacular de la famosa primera escena que da título a la obra. Próspero, interpretado por la actriz Hildegard Schmahl, está representado como un poderoso empresario de medios de comunicación, y todos sus trucos y poderes toman la forma de baratos espectáculos televisivos. En el espacio escénico, concebido por mi amiga Barbara Ehnes (http://www.goethe.de/kue/the/bbr/bbr/ag/ehn/enindex.htm), y que sugiere grandes páginas de un gran libro (metáfora de la biblioteca que Próspero atesora y que conforma su único patrimonio en el exilio), se convierten en grandes pantallas de cine o en pequeñas pantallas de televisión. Ferdinand y Miranda parecen sacados de un concurso al estilo Bailando con las estrellas, mientras Ariel se trasviste en drag queen en las distintas fantasmagorías ideadas por Próspero para poner a prueba a sus enemigos. Calibán, un adolescente malcriado y brutal, y Stephano y Trínculo, en una evocación de los cómicos ingleses Gilbert & George, tienen las escenas más graciosas del montaje, con unas caracterizaciones precisas e hilarantes.

Der Sturm

Tío Vania
Jürgen Gosch no es un desconocido en Caracas. Su brutal lectura escénica de ¿Quién le teme a Virginia Woolf? para el Deutsches Theater, es uno de los montajes más recordados del FIT Caracas 2006. Su Tío Vania, que desplaza temporalmente el interés del puestista por las relaciones violentas, agresivamente parasitarias, es un hermoso trabajo centrado en los valores dramáticos del silencio y las frases dichas casi sin voluntad. En una gran caja sin profundidad hecha de tierra, metáfora abstracta de un paisaje agreste, deforestado, Gosch sitúa en su centro un samovar y algunos pocos objetos más, y mueve a sus actores (que permanecen en escena a lo largo de las 3 horas y media de duración del espectáculo) con un sentido del ritmo sicológico y del spleen tan preciso, que hacen indudable su apego al espíritu decadente y melancólico del texto chejoviano. Vania (Ulrich Matthes, Goebbels en La caída de Hitler) es interpretado con exasperante contención, descubriendo sutiles matices de neurosis y agotamiento vital. Jenz Harzer como el doctor Astrov, y Christian Grashof como el retirado profesor de dudosa solvencia intelectual, son encantadoramente trágicos, sombríamente cómicos.

Tío Vania

Escenas de la vida de Santa Juana

Uno de los estrenos de 2008 de la Deutsche Oper, uno de los tres teatros de ópera más importantes de Berlín, es esta delirante y barroca puesta en escena de la obra de Walter Braunfels (1882-1954), compositor alemán de marcado estilo clásico romántico, autor también de una compleja y deliciosa ópera basada en Las aves, de Aristófanes. El responsable de la dirección escénica es Christoph Schlingensief (Oberhausen, 1960), el enfant terrible del cine alemán de los ochenta y los noventa. Cineasta y artista del performance, Schlingensief dirigió y actuó en su primera película con nueve años de edad. En ella interpretaba a un profesor que patea y humilla a sus alumnos y sale de viaje con una misteriosa maleta llena de ropa interior femenina. Dos de sus películas más impactantes, Terror 2000 y Das deutsche Kettensägenmassaker, son brutales farsas políticas y sociales sobre el neonazismo y la reunificación de las Alemanias, respectivamente. En esta Santa Juana, Schlingensief basa su puesta en una reflexión plástica y estremecedora sobre la muerte y la enfermedad. La primera imagen que vemos es un video, grabado por el mismo Schlingensief en Nepal, de un cuerpo femenino ardiendo en una pira funeraria. Las imágenes, profusas, cargadas de simbología y un colorido patetismo, se suceden en un tour de force de una exigencia inusual para cantantes, tramoyistas y figurantes, entre los que se cuentan enanos, discapacitados mentales y un bailarín con deficiencias sicomotoras. Un estremecedor auto sacramental barroco y contemporáneo sobre el delirio místico como enfermedad física y la muerte como derrota moral y corporal.

Emil y los detectives en Berlin Alexanderplatz
Excesivamente atractivo resultaba ver un espectáculo para niños firmado por uno de los directores contemporáneos más provocador, ingenioso y polémico. Frank Castorf dirige para la mítica Volskbühne una adaptación del relato Emil y los detectives, la novela juvenil escrita por Erich Kästner que ha conocido numerosas versiones cinematográficas. La anécdota es sencilla: un niño de la provincia recibe el encargo de su mamá de llevar a su abuela un dinero, pero en el tren que lo lleva a Berlín, el dinero desaparece de su bolsa. En la ciudad conoce a un grupo de niños que se hacen llamar “Los detectives”, que lo ayudan a recuperar el dinero. Como era de esperarse, la puesta en escena de Castorf, realista y llena de acid rock, jerga callejera, drogas, armas, bares de putas y ferias de máquinas traganíqueles, prescinde alegremente de las consabidas ñoñerías afines al género infantil. En el mismo dispositivo escenográfico diseñado por Bert Neumann para Berlin Alexanderplatz (del mismo Castorf), las aventuras de Emil se suceden a un ritmo desenfrenado: personajes sórdidos se pasean por ellas corrompiendo a niños, discutiendo los problemas económicos de Alemania y vendiéndoles armas de fuego. Y hasta la abuela de Emil es un grotesco retrato travestido con barba y calcetas. Dos automóviles, un taxi y un carro de la Polizei, entran y salen de escena a toda velocidad, frenando peligrosamente en proscenio, para el disfrute de los niños y sus maestros.

The Ruby Town Oracle
Una de las propuestas más sorprendentes del Theatertreffen 2008 es esta de la danesa Signa Sørensen y el austríaco Arthur Köstler, producida por la Schauspiel de Colonia. En la vieja estación ferroviaria situada en el Naturpark Schöneberger Südgelände (sur de Berlín), esta instalación permanece abierta al público durante diez días seguidos. Se trata de Ruby Town, un pueblo detenido en un tiempo impreciso, reminiscente de la Alemania rural oriental de los tiempos de la Guerra Fría. Se debe adquirir un pasaporte especial para entrar por la frontera del North State, donde se advierte a los visitantes (turistas, investigadores, sociólogos improvisados: cada espectador decide) sobre los comportamientos excéntricos o poco saludables de sus habitantes. La peculiaridad más relevante de los vecinos de Ruby Town reside en el culto a Martha Rubin, el oráculo que es a la vez guía espiritual y bruja moral del pueblo. Por sus polvorientas calles deambulan sus habitantes, que hablan muchas lenguas, juegan a las cartas en sus casas (hechas de maderas viejas y latón o son destartaladas casas rodantes), se divierten en un fragante y nostálgico peepshow, intercambian cigarrillos con los visitantes, y celan sus pertenencias de los militares del North State, que los vigilan permanentemente y arrestan a cualquiera que se comporte de manera sospechosa. En el santuario de Martha Rubin, el lugar más elevado de Ruby Town, los visitantes hablan con ella, le piden que descubra para ellos su suerte y que prediga avatares amorosos, mientras conectan con un tiempo mágico signado por el aislamiento, la inocencia y el ensueño y se revela en el visitante una nueva corporalidad, una nueva relación con el poder, la proximidad y las apariencias.

Ópera de los tres centavos
El Berliner Ensemble, fundado por Bertoldt Brecht en 1949, sigue siendo uno de los teatros más importantes en la escena berlinesa. En su repertorio 2007-2008, ofrece dos espectáculos creados por el estadounidense Robert Wilson, uno de los directores más influyentes del siglo XX. Se trata de un delirante Leonce y Lena, de Büchner, con música de Herbert Grönemeyer; y de una nueva puesta en escena de La ópera de los tres centavos, la colaboración Brecht/Weill más emblemática. En esta Ópera, Wilson se sirve una vez más de su espléndida estética, decididamente plástica, minimalista y cromática. Teatro popular en estado puro: conjunción armónica y elegante de recursos musicales y sonoros (puertas y monedas aparecen en escena combinando estructuradísimos gestos y efectos sonoros electrónicos), ritmo decididamente farsesco, precisión expresiva de la luz, y un rigor geométrico del mobiliario escénico. Un verdadero deleite visual y musical.

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